¡Uy! Casi se me pasa.
Y esta no es una época cualquiera, es un periodo
augusto. Hemos merecido, ¡al fin!, el tan deseado mes de agosto.
Hurgo en su procedencia, y me informo de que al
emperador romano Octavio, se le llamó augustus. Entonces, tal como había
ocurrido anteriormente con Julio Cesar que al mes quintilis se le denominó iulius,
el mes sextilis pasó a nombrarse agustus.
Y según la Real Academia Española de la Lengua,
augusto es el que infunde o merece gran respeto y veneración por su majestad y
excelencia.
Con todos esos antecedentes Agosto,
etimológicamente, parece destinado a ser el mejor mes del año. Por eso y por el
recibo de las buenas vibraciones que entre todos los habitantes del hemisferio
norte le enviamos durante todo el año.
Los que se libran con añoranza de este mes, son
los que trabajan en el sector turístico en lugares turísticos, que son esos lugares
a los que vamos todos los que -¡por fin!- hacemos vacaciones. Y a los infelices
que les está vetado el ocio, por desempleo.
No puedo dejar de pensar en lo inducidas que
están nuestras vidas, lo programadas que están nuestras decisiones, incluso en
el momento que nos zambullimos en esos días que creemos nuestros, en que nos
decimos libres, en que pretendemos gestionar nuestro retozo…
Si tenemos en cuenta cuando vacan en el
hemisferio sur (creo que su verano empieza el 21 de diciembre), valoraremos la
importancia del calor y los días largos para disfrutar del mitificado descanso.
Pero, en nuestros lares, los días más largos
pertenecen al mes de Junio.
Junio (del latín Iunius,
mes de Juno) es el sexto mes del año en el Calendario Gregoriano y tiene 30 días.
Este mes era el cuarto en el primitivo calendario romano y
recibió el nombre que lleva según algunos en honor de Junio Bruto fundador de la República romana, mas otros creen que era llamado
así por estar dedicado a la juventud y no falta quien opina que tomó su nombre
de la diosa Juno. 1En iconografía, se le representa bajo la figura de un joven
desnudo que señala con el dedo un reloj solar para dar a entender que el sol empieza a bajar y teniendo en la
mano una antorcha encendida como símbolo de los calores
de la estación.1De acuerdo con una tradición, la piedra de junio es la perla,2 y su flor, la rosa.3
En junio, se produce la noche mágica de San Juan y se queman en la
hoguera inmundicias y rencores. Aparentemente éste, si cabe, podría ser un mes
aun más idóneo para vacar. Así que no entiendo el porqué hemos
institucionalizado apelotonarnos en el sacralizado agosto. Bueno sí, para
conciliar todas las holganzas de una misma familia y porqué, por lo que sea, a
las industrias y demás poderes, les interesa inmovilizar el país durante esta
época concreta. Y, vete aquí, que ya se ha creado una pelota enmarañada que no
se puede desliar. Y además va a más.
¡Incluso la sanidad está de vacaciones!
Conozco a una enfermera que siempre había ociado
en septiembre, obligada ahora a hacerlo en agosto. Y una enferma pendiente de
un cultivo que, como se inició a finales de Julio, no estará al corriente de
los resultados hasta septiembre. (Quiero pensar que si se hubiera detectado
algo malo, se hubiesen tomado medidas. Pero eso se sabrá a la vuelta de
vacaciones).
Una cosa que me llama especialmente la atención
son las familias que pasan el mes de agosto en su segunda residencia o en una
tienda de campaña. Ahí sí que puede valorarse la especial
abnegación de una mujer.
¿Qué clase de vacaciones son esas? Niños y
marido 24 horas al día con el aditamento de ocuparse de ellos y de las faenas
domésticas, con menos comodidades que en su vivienda habitual. ¿Cómo pueden
pasárselo en grande?
Lo mejor que tiene este mes es todas las
esperanzas que uno pone en él durante todo el año. “Iremos a la playa” o “Haremos
un recorrido por el sur” o “Ya estamos preparándolo todo para el camping” o “Mi
mujer este año quiere conocer el pirineo” o… “A ver si se disparan las ventas”,
“Este mes haremos caja para todo el año”…
Lo peor, la realidad atestada de incendios, basura,
colillas, bañistas, piragüistas, escaladores, parapentistas, senderistas,
caballistas, surfistas y un largo etcétera (¡si hay gente hasta en los museos!)…
Una infinidad de hormigas humanas por tierra, mar y aire. Apretujándose.
Haciendo colas. Ensuciando. Chillando. Pero, a fin de cuentas e
incomprensiblemente, ¡disfrutando!
¡Qué grandeza!
Y después, el regreso al trabajo, a los coles, a
los médicos, a las interminables colas del paro y de la circulación a horas
punta…
Se me asemeja a la vuelta a clase después de la
media hora mandada de recreo. ¡Eso es!: agosto es como ese ratito de recreo en
el que estás obligado a jugar (sin
conocer demasiado las reglas), a ventilarse,
a distraerse de la cruda realidad…
Al mismo ritmo que vamos perdiendo el saludable
colorcillo tostado, disipamos la gratitud del recuerdo, para ir tramando nuevas
expectativas.
Habrá más asuetos: Navidad, Semana Santa y
todos los puentes posibles que son como
tragos refrescantes en medio del desierto… pero nada puede competir con este
ajetreado “descanso” del agosto.
Mi amigo Jordi dice que el año debería empezar
en septiembre.
(Personalmente, adoro septiembre para feriar. Es
verdad que los días ya se han acortado un tanto y que la puesta de sol se te
viene encima antes de lo esperado, roja, encendida y hermosa. Pero es un mes
con serenidad, espacio para respirar,
todavía calor y buen tiempo).
En fin, eso: Jordi dice que en agosto ”se para
el mundo” y que en septiembre vuelve a rodar. Y que, por lo tanto, después de
esas largas y augustas vacaciones, además del nuevo curso escolar, debería comenzar
el año laboral y contable.
Aquí queda su idea.
Aun estamos a tiempo. El 31 de agosto, a las 12 en
punto de la noche, cuando suenen las 12 campanadas (si no tenemos un reloj carrillón
o no conseguimos conectar con la Puerta del Sol, se puede golpear una cazuela rítmicamente,
por ejemplo) engullamos las 12 uvas de la suerte (que buena falta nos hace -y además
ya hay uvas variedad moscatel que son mucho más dulces y no como las sosonas de
diciembre-)… ¡Feliz mes séptimo (según los romanos) y próspero Año
Nuevo!