viernes, 8 de julio de 2011

HABLA CUANDO ESTÉ DORMIDA


Parece que se nos ha quedado pegado en la piel la sumisión a la clase sanitaria.
Debe venir de lejos, de cuando quemaron a las brujas, que también eran curadoras.

De entonces, del miedo, nos debe haber durado esa pleitesía que dispensamos a la iglesia, al estado y a la medicina.

A la medicina se lo perdonamos casi todo. Y digo casi todo, porque cuando un error médico se lleva por delante a un ser querido, nos revelamos y pretendemos, ilusamente, hacerle pagar su equivocación.

Probablemente conoces incidentes de disparates médicos, pero ya no es tan seguro que sepas que hayan sido sancionados.

http://www.infodoctor.org/www/meshn.php?idos=41051

Los errores médicos son una causa de fallecimiento más frecuente que el sida, cáncer de mama, accidentes laborales o de tráfico......Errores o equivocaciones cometidos por profesionales de la salud que traen por resultado daños al paciente. Incluyen errores en el diagnóstico , errores en la administración de fármacos y otras medicaciones (ERRORES DE MEDICACION), errores en la ejecución de procedimientos quirúrgicos, en el uso de otros tipos de terapia, en el uso de equipos y en la interpretación de hallazgos de laboratorio. Los errores médicos se diferencian de la MALA PRAXIS en que los primeros se consideran errores honestos o accidentes, mientras que lo segundo es resultado de negligencia, ignorancia reprobable o intención criminal. (sic)

En todos los casos la especie médica se parapeta. Se protegen los unos a los otros, como ningún otro colectivo, más si tenemos en cuenta que son competidores entre sí.

Y los pacientes, pacientemente, no les discutimos nada.

¿Cómo no?, voy a poner algún ejemplo:

Un quirófano en el que operarán el cirujano, un anestesista y un par de asistentes o enfermeras. Se trata de una segura y manida intervención ocular que se llevará a cabo con sedación y anestesia local. (Lo de la sedación es importante, porque de lo contrario no aguantarías la histeria).

Mientras dura el proceso, no dejan de hablar entre sí frívolamente (¿A qué restaurante irás a comer mañana?, tengo ganas de ir a la discoteca que está en el puerto de Aiguadolç, no se que haré con los niños cuando acabe el colegio…)
Tú tienes ganas de chillar: ¿Pueden callarse? Me están poniendo nerviosa. Estén por la labor.

Pero te callas, no vayan a cogerte manía y te hagan una escabechina o te echen mal de ojo.

En ese momento, tienen la sartén por el mango. Y después también. Que sufrirás una serie de revisiones y es mejor que estés a buenas con ellos.

Cuando he pretendido comentar con amigos o conocidos mi sumisa experiencia, en su mayoría, han justificado a los sanitarios.

-      Están tan seguros de lo que hacen, lo tienen tan por la mano, que no pueden equivocarse.

-      Es una operación rutinaria, mujer.

-      Que actúen así, tiene que darte confianza. Si las cosas fueran mal, estarían callados poniendo todos los sentidos en los que hacen.

-      Imagina como debe ser cuando estás totalmente dormido y no te enteras de nada.

¿Si? Pues fíjate, yo conozco el caso de uno al que lo dejaron ciego, de otra que perdió un ojo y, de una más a la que un desvió del bisturí la dejó sin ver durante un año, fecha en que pudieron volver a operarla.

Ningún trabajo, por trivial que sea, debe hacerse rutinariamente.

¿Has visto tu alguna vez a las cajeras de supermercado hablar entre ellas mientras pasan ru-ti-na-ria-men-te (porque ese sí que es un trabajo rutinario) las mercaderías por el lector de códigos?

No, ¿verdad?, porque ellas, a diferencia de los sanitarios, los errores los pagan de su bolsillo.

Y además, estaba yo: persona atemorizada. Para mí, mi ojo era importante y ellos no me decían “todo va bien”. Se estaban distrayendo con chorradas con total falta de sensibilidad, cuando yo necesitaba que estuvieran por mí. Precisamente, porque los oía ya que no estaba dormida.

En mi opinión, otro ejemplo de impiedad lo personifican un par de asistentas de enfermería manipulando a una mujer de noventa años, afectada de infarto cerebral, que quedó paralítica y balbuceante.

De mediana edad, esas señoras entraban en la habitación con un casi simpático “buenos días, chata, ¿cómo estás hoy?” (la medicina social llama de tu a todo el mundo, a no ser que se sea rey o similar). Y a partir de ese momento, sin educación ni ternura, se liaban a hablar de sus cosas (mi consuegra se vistió horrorosa en la comunión de mi nieto, mi hija pequeña hará un máster de empresariales este año, la enfermera Fulanita va detrás del doctor Menganito…) Mientras, complementaban la charla con la acción de lavarla, vestirla, izarla con una especie de grúa para sentarla en una silla de ruedas y todo, como si ese ser humano no existiera, como si fuera una cosa, más bien como saco de patatas que como piano que es susceptible de una cierta fragilidad. Ni por un momento volvían a dirigirle la palabra.

Y tú tampoco decías nada por temor a las represalias. Al contrario, las obsequiabas con una caja de bombones temerosa de que aun pudieran tratarla más inhumanamente.

-      No esperarás que se involucren afectivamente con todos los enfermos, ¿verdad?

-      Tienen que preservarse. De lo contrario, cada vez que se les muriera un paciente, se desmoronarían.

-      La familia es quien tiene que mimar. No esperarás que lo hagan ellas que ya cumplen con su trabajo.

He visto chicos de reparto que ponen más sentimiento y cuidado descargando una caja de botellas de cerveza.

¿Qué exagero un montón?

Pues a mí me parece que el personal sanitario, además de la técnica, tendría que dominar la psicología para que cuando tenga que curar o cuidar a alguien como yo que no esté totalmente dormido, comente factores relacionados con lo que está haciendo o, cuando menos, sepa guardar un respetuoso silencio. De lo contrario es posible que se le defina como se denomina a una sola especialidad, que es la que tiene la fama.

¿No te han dicho nunca: “hablas más que un sacamuelas”?