Aunque lo parezca, no es un Cuento de Navidad, si no de cada día
A
ratos, tengo un serio problema, o siento un serio problema, con respecto a la
caridad, piedad, solidaridad, humanidad, beneficencia, donativo, ayuda…,
llámalo como quieras. Ya de entrada, ni siquiera me gusta ninguna de esas expresiones.
Supongo que si lo analizara bien me daría cuenta de que soy una resentida de la
educación y que descubro, agazapados en ellas,
contenidos políticos y religiosos
que me pesan como una losa. ¡Qué tonta! Si es precisamente eso lo que
buscan dichos vocablos: agarrársete al pecho, meterse en tu corazón y
estrujártelo hasta que te sea muy difícil respirar y te supongas parte
responsable de las miserias humanas.
Pero
ya digo: a ratos.
Otros,
cojo todos los palabras con sus correspondientes definiciones, las embuto a presión en “hagamos lo que
podamos” e inicio la peregrinación del “dónde, cómo y con quién obro”.
Ofertas
no me faltan.
En
los últimos tiempos, justo en esos en los que empezamos a hablar de la crisis, no
escasean gestores, proposicioes y
sugerencias.
Así pues, además de las
campañas periódicas (maratón contra las enfermedades neurovegetativas, contra
el cáncer, la lucha contra el sida, tsunamis, huracanes, tornados, tifones y
una larga lista que nos asaeta en los medios de comunicación o por el camino, cada
día, al leer mi correspondencia electrónica, encuentro mensajes de Avaaz.org,
Médicos Sin Fronteras, Manos Unidas, Greenpeace, Amnistía Internacional, Oxfan
Intermón, Unicef, Fundación Josep Carreras, Change.org, Aldeas Infantiles SOS,
etc, etc., etc… con cierta frecuencia
por duplicado a causa de tener más de una dirección de correo e incluso por
triplicado, cuadriplicado, o, o, o…, ¡en fin!, cuando un amigo o familiar
decide que soy la persona indicada para apoyar una determinada proposición.
Todo
va bien, mientras la fraternidad se traduce en firmas en contra o a favor de
actitudes, pero, cuando hay que rascarse el bolsillo, la cosa cambia. ¿Puedo
confiar en que el dinero que done (nunca será demasiado porque no nado en la
abundancia) llegará a puerto? ¿No se quedará por el camino engrosando las arcas
de cualquier desaprensivo (que todos sabemos que los hay en todas partes y,
además, más de uno)? Y aquí se me rompe el flujo.
Pero
no hay que desanimarse: en cualquier momento y rincón, me saldrá al paso alguna
persona pidiéndome la voluntad. Me toparé con ella en el vagón del tren, a la
entrada del supermercado (grandes y pequeñas superficies), a la puerta de la
iglesia, el cine o el teatro, en el tramo más inhóspito de la calle… Y, desde
luego, su “voluntad” es dinero. Y, naturalmente, mi “voluntad” es empezar a conjeturar.
¿Es señuelo de una mafia que controla la
mendicidad en la zona? ¿Lo querrá para alcohol o para otro tipo de drogas?
¿Será como aquella ancianita indigente, que cuando murió le encontraron
millones bajo el jergón en el que dormía?... Además, de todos los que imploran,
¿a quién ayudo?
Cartel en la parroquia de la calle Serrano (Madrid)
|
Los
que ejercen la caridad como llave para el paraíso me dicen que nada de eso es
importante, que lo que tiene valor es dar limosnas (“mica a mica, s’omple la pica-
poco a poco se llena el barreño”) sin
preguntarse dónde ni a quién irán a
parar (“haza bien y no mires a quién”),
que lo substancial es la buena voluntad.
Entonces
recuerdo una escena leída (posiblemente en “Adiós a las armas” de Ernest Hemingway, pero no estoy segura) en la
que una mujer agotada, víctima de la guerra, camina con su bebé en brazos
cuando la rebasa un camión militar descubierto. El conductor se compadece del
dolor y fatiga de la madre y se detiene para que suba, acomodándola en la parte
trasera, junto a los soldados. Acunada por el movimiento del vehículo, ella se
relaja y se queda dormida. Cuando despierta, ha perdido a su hijo. El chofer hizo una buena acción con
consecuencias totalmente desastrosas.
Existe una máxima
que dice: “el infierno está lleno de
buenos propósitos” o “el camino al
infierno está
empedrado con buenas intenciones”, que es prácticamente lo mismo.
¿El mensaje no será que cada uno debe seguir su
destino?
Pero eso es entrar
en cábalas que se alejan de mi propósito inicial: qué hacer cuando crees que
puedes hacer algo.
Antes, años ha,
sentar un pobre a tu mesa (¿recuerdas la escena en la película Viridiana –vedada
para nosotros en su momento- del genial Buñuel?) era una propuesta concreta de
efecto inmediato. Quizá inspirado en ello, un amigo me ha contado que él se
lleva al bar más próximo, para desayunar o merendar, al que le pide una caridad. Y, me ha
confesado, que no siempre es bien aceptado su ofrecimiento.
Sí viene al caso, mi
episodio con aquellas rumanas de criaturas a cuestas (las criaturas siempre han
resultado idóneas para la mendicidad porque tocan las fibras más sensibles del
ser humano. Hoy están prohibidas en vivo y en directo, pero no reproducidas en
los medios de comunicación), que me pidieron para pañales.
Las metí en una
farmacia casi en contra de su voluntad:
-Danos el dinero y
las compraremos muchos más baratos en otro sitio,- me decían.
Y como yo no estaba dispuesta a que malgastaran mi
óbolo, las obligué, poco más o menos, a aceptar los pañales sin tener en cuenta
que por un lado, tenían razón y que, por el otro, los pañales desechables no
son un artículo de primera necesidad. Y si no, que se lo pregunten a nuestras
madres.
(Lo que faltaba: esta sociedad o este sistema,
ha creado exigencias nuevas a todas las escalas ya sean pudientes o indigentes)
Otra decisión a
tomar: qué es más ético, ¿dar a uno de tu entorno, casa o país, o a uno del
resto del mundo? Porque, ya está claro que a todos nos los puedes socorrer. Y,
prescindiendo de la moral, ¿qué es la que nos dicta nuestro cerebro?
Y mientas voy escribiendo
estas entelequias, suena el teléfono:
-¿Si?
-En estos tiempos
tan difíciles y tan cerca de las Navidades, ¿no se ha planteado que hay gentes
en la más absoluta miseria, que todas las ayudas son pocas y que es necesario
contar con usted?
-Pues mire, sí.- Y le cuelgo.
No me cabe ni un proyecto más. No puedo soportar que
intenten sensibilizar mi sensibilidad. Me parece indecente que se establezca
como una competición de desgracias (cuál se vende mejor, cual da más pena), en menoscabo
las unas de las otras…
Tanto input
luctuoso consigue evidenciar no sólo mi impotencia, si no el de esta sociedad
falta de justicia -que nos parece el no va más de los patrones sociales- y, no me extrañaría que, al igual que dicen
que les pasa a los médicos, vayamos endureciéndonos al ir sumando ante nuestros
ojos y nuestros principios, cadáveres, atropellos, despotismos y miserias.
Pues mira, y para
terminar, ¿sabes qué te digo? Que la llamada telefónica recibida ha hecho que tome una decisión: si sabes de
conocidos que te necesitan, ¿a qué buscar desconocidos?
Cohecho solidario.