Mandala de la Vida (sector) |
Lo
había abandonado. Me convencí a mi misma de que lo mejor era estar callada.
Y en
los mudos archivos de mi ordenador, esperan, descaradamente dispuestos a llenar
la pantalla de tu ordenador, varios puntos de vista pendientes de que les de la
señal de salida. Pero aun seguirán presos un poco más.
Eso ha
sido así, porque he hecho mías las palabras del progenitor de Tambor (sí: el
entrañable conejo amigo de Bambi, esa película de Walt Disney que ha estado
presente en todas las infancias): Tambor, ¿qué te dijo tu padre esta
mañana?... –Si no dices algo bueno es mejor que no digas nada.
Me
pasa que, aunque arranque con alguna ilusión, acaban amargándoseme las letras.
Y no sé si es cosa de mi carácter que empieza a volverse cascarrabias, o de la
situación global que me asfixia.
Pues
eso: si no soy capaz de soñar una esperanza, es mejor que no diga nada, sea
cual sea el motivo.
Pero,
está claro que son mis afectos los que me animan a escribir. Esta vez ha sido
Gloria la que me ha dicho:
-Escribe
sobre el mofesu.
Y,
después de tanto tiempo de blog abandonado, con el desanimo que provoca que
nadie se haya dado cuenta -ni amigos ni enemigos ni familiares ni hipotéticos lectores-,
de mi largo silencio, vuelvo a apostar por él.
Pues
sí señora, voy a compartir lo que yo sé de mofesu.
Lo
hago porque, asediada por el desencanto, la miseria, el dolor y la
impotencia, mofesu me ayuda a recordar momentos plenos de los que vale la pena
hacer memoria. Y porque divulgar su esencia, tan simple y elemental, es echar
un cabo a otros, con vacios parecidos a los míos.
Creo
que mofesu debería ocupar lugar en
una de esas cadenas, no siempre bienvenidas, en que te ordenan: pásalo. O
pásalo a 10 personas de tu agenda y obtendrás……. Consciencia de lo bueno que es
algo que te está pasando.
Parece
ser que la palabreja se la inventó una amiga de mi amiga, en una contracción de
su definición: momentos de felicidad suprema. MOmomento de FEfelicidad
SUsuprema. Y esa enunciación sirvió
como abanderado entre familia y amistades,
para explicar lo inexplicable.
Esencialmente
todos hemos vivido mofesus y los hemos dejado pasar sin prestarles la atención que
merecen. Son esos soplos de éxtasis, tan
intensos que no te caben en el pecho, en el que el mundo se detiene y se te
llena el alma de gracia. ¡La fortuna de vivir ese instante!
No
es necesario que sean grandes acontecimientos; por el contrario, se produce con
mayor facilidad en momentos cotidianos y sencillos en los que sabes valorar
aquel detalle que se ha acercado a ti: la brisa que te acaricia el rostro, el
mar embravecido o calmo, la caricia de una mano, la contemplación de una flor,
el olor a bosque, la sonrisa de un hijo…
Algunos Momentos de Felicidad Suprema |
Son
breves, concisos, pero de una fuerza tal, que te sientes la persona más privilegiada
del mundo.
La
amiga de mi amiga explica:
…Poco a poco nos
fuimos dando cuenta que, no sólo el mofesu surgía espontáneamente por la
especial conjunción o conjugación de varios factores a la vez, si no que observamos dos cosas
fundamentales:
1. que los mofesus teníamos
que cazarlos porque si no pasaban por delante de ti sin que te percataras, además
se tenía que estar atento y muy consciente
para que supieras que estabas viviendo un mofesu, y poder disfrutar de él, ya
que no tienen una lógica clara y exacta.
2. y también
constatamos, ya que en la vida espontáneamente no surgen tantos mofesus como
desearíamos, que se podían en cierta
manera, preparar, organizar, planificar, incluso ayudar a que sucedieran… (sic)
Parece ser que entre ellos
enarbolaban los mofesu como moneda de relación (hoy no he tenido mofesus, ayer tuve 2, yo tuve 5…) y que, en este
momento incluso los conjugan:
MOFESAZO
MOFESITO
SEMIMOFESU
SEUDOMOFESU
SUPERMOFESU
ANTI MOFESU (sic)
Como
observarás fácilmente, esos vocablos definen distintas intensidades de
sensación.
¿Me
voy explicando? ¿Se entiende de qué hablo?
Pongo
un ejemplo:
Rafi, relajada, estaba
tendida boca arriba, sobre la arena, mirando el cielo limpio y azul, a la orilla de un mar también relajado.
Las olas, iban y venían por su cuerpo, suavemente, una y otra vez, refrescando
el calor intenso. En un momento dado, exclamó: ¡Estoy como Dios! Había más gente con ella,
pero sólo ella se sintió así. Era su mofesazo.
Otra
demostración:
Mariano se había encontrado
con unos amigos que hacía décadas que no veía y habían ido a celebrarlo yendo a
casa de uno de ellos. Después de tanto tiempo de alejamiento, se sentía feliz. Pasados
los postres, sentado en un mullido sofá, con los ojos entornados, los murmullos
de las voces se le antojaron un canto de sirena. Y se dijo a sí mismo: este minuto
no lo cambiaría por nada.
Otro momento mofesu.
Por
lo que entiendo, un anti mofesu
sería el escalofrío siniestro que te produce la factura de la luz, por ejemplo.
Pero como yo estoy en mi vena positiva y animada, me niego a considerarlo. El
auténtico hallazgo es el momento de felicidad suprema. Y eso no puede ser
contradictorio.
Tal
vez lo más destacable de un mofesu, es que, en realidad, no se
necesita a nadie en concreto para notarlo. Y que, además, es intransferible. Algo
íntimo que nace y muere en ti. Sólo es tu momento de felicidad suprema. Aunque
te empeñes, para los otros sólo puede ser más o menos satisfactorio: la dicha completa
es tuya.
Y si
algún desaprensivo quiere perturbarme el rollo y se atreve a sospechar siquiera
que eso es una evasión o algo que patentiza la alienación en la que nos
hallamos, le recordaré que son instantes vividos por nosotros, reales, minutos
en que todo fue pleno hermoso, gratificante, y mofesu.
¡Faltaría
más!