El bienestar de la crisis
Tengo una
sensación enfrentada a la hora de reflexionar… Por un lado, me aburre y me
cansa debatir sobre el estado actual de los asuntos económicos, políticos y
sociales de nuestra humanidad. Por otro, imagino que si no lo hago, es como
tirar la toalla, como dar mi connivencia y dejarles hacer. En este segundo
pensamiento, también me critico una posible presunción de que mis palabras
sirven para algo, la valoración de la humilde aportación del “granito de arena”
y las estupideces por el estilo que decimos cuando sabemos que no podemos hacer
nada, ya que los granitos de arena necesitaron siglos y siglos de erosión, para
llegar a ser y, para más inri, perdieron su contundente y aplastante condición
de roca, convirtiéndose en inofensivos e ineficaces, eso: granitos de arena.
Y al final,
una, que se ha educado en la eficiencia de la gota de agua que perfora la
piedra, se cree en el deber moral de proseguir.
Voy a ser
tan temeraria como para abordar el asunto de la crisis, sin tener ni puta idea
de economía. Mis conocimientos se basan, única y exclusivamente, en “las
cuentas de la vieja” y el sentido común que, doy por sentado, tengo.
Como a mí
no me salen los números, estoy convencida de que la crisis –esa que nos estalló
en los morros en el 2008-, ya había empezado cuando nos vendían el idílico
“estado del bienestar”.
Sitúo el
nacimiento de nuestras miserias, allá por el 1998 (año arriba año abajo). Más o
menos en época de Felipe González.
¿En qué me
baso?
En la exitosa
aparición de las tiendas de “Todo a 100”
(100 pesetas, amigo, pe-se-tas). Pesetas para España, porque este fenómeno se
produjo en demasiados países (Dollar
Store en Estados Unidos, en Inglaterra
Pound Shop…, Noruega, Suecia, Australia, Argentina…) Prácticamente en todo el mundo, como la crisis que vivimos.
¿Cómo te
explicas que en plena opulencia fueran negocio ventas de ese monto en casi todo
el planeta?
Pues yo
diría que porque los ingresos de una
gran parte de la población, justo les procuraba llegar a esa cifra. La cifra de
la precariedad. Del quiero y no puedo. Del por fin me daré un capricho.
¡El gustazo
que proporcionaba ir de compras y sentir el lujo de adquirir algo! Así sosteníamos nuestra prosperidad.
Los de a
pie, no lográbamos alcanzar Vinson, Loeve, Pilma, Gutzzi, Valentino, Vitorio y
Luchino, Chanel número 5, etc. Esforzándonos bastante, atrapábamos, aquí, El
Corte Inglés.
A mí que no
me vengan con que eso era bonanza.
Y luego, ya
que dedujeron que estábamos muy bien, en el 2002, con José María Aznar al mando,
nos metimos en la tabla de salvación del euro.
Eso fue
como esas parejas que, tras años de convivencia y algunos tropiezos en la
relación, deciden casarse pensando que lograrán la estabilidad. Duran menos que
un caramelo a la puerta de una escuela.
Dicen que
el cónclave del euro fue una invención para hacer frente al poder del dólar.
Y dicen
también que la actual crisis la provocó Estados Unidos para rematar al euro. O
Rodríguez Zapatero por su pésima gestión.
¡Cuántas
elucubraciones y fantasías!
Lo cierto
es que lo que nos costaba 100, pasó a valer uno. Y en mis primarias y limitadas
nociones matemáticas, ese uno era en realidad 166 pesetas (¡una subida del
66%!)
Una subida
de ese monto en productos esenciales, ¿cómo no nos iba a rematar
definitivamente?
Pero, por
suerte para la población con el poder adquisitivo más mermado, las Todo a 100 cambiaron mayoritariamente de
nombre y de propietarios, dando paso a los perseverantes Bazares Chinos, que tuvieron la gentileza de traducir 100 por 0,75. Y, aunque no es una conversión equitativa, es bastante más prudente que el pan,
los diarios, el cafetito, etc. (¡Qué te voy a contar!)
Caricaturas bajadas de Internet |
Tres
presidentes en ocho legislaturas nos han hecho comulgar con ruedas de molino. Y
en esta novena, el nuevo gobernante, perteneciente a un partido que ya
experimentamos, nos sigue mintiendo, disfrutando de todos sus inmerecidos
privilegios, a costa de hundirnos más y más en la miseria.
Con la tortura que representa esperar a qué nos
deparará la nueva jugada del régimen, día a día recibimos menos y nos obliga a
dar más.
Como ya no
cabe inventarse otra moneda, los dominantes recortan prestaciones, bajan
salarios, justifican despidos improcedentes, escinden investigaciones, suben el
iva, el ierrepeefe y las retenciones, encarecen el acceso a estudios superiores,
cercenan el futuro de los jóvenes, constriñen a los ancianos en la estrechez…
Cual sacerdotes de una nueva doctrina sofisticadamente cruel, despiadadamente
sádica, perdonan los pecados a los poderosos, facilitan su evasión de
impuestos, protegen a los corruptos, premian la incompetencia, absuelven a la
iglesia…
¡Ah! Pero
aun nos queda el respiro de invertir, menos de un euro, en alguna sandez que
nos despenalice la supervivencia.
Visto así,
a mi no me extrañaría que esos bazares estuvieran subvencionados.
Entre gatos
de la suerte, gafas de sol, madejas de lana, artículos de papelería, marcos
para fotos, gafas de presbicia, ollas, platos, vasos, productos de limpieza,
trapos, bolsas de basura, jarrones esperpénticos, “última moda” en vestido,
decoraciones varias, temeraria cosmética, imitaciones de perfumería…., (¿hace
falta nombrar todo lo que se puede adquirir en esos establecimientos?), no me
extrañaría descubrir, a buen precio, los mejores deseos de un raro político
honesto.
Y ahora ya
te dejo en paz. Es que tengo prisa. ¡No
me vayan a cerrar los chinos!