jueves, 4 de agosto de 2011

PROHIBIDO FUMAR EN ESTE BLOG

Transformación

Hubo una época en que en muchos espacios había unos recipientes asquerosos llamados escupideras destinados a que la gente, en un alarde inquietante de puntería, expectorara allí. Los gargajos también se expulsaban sobre las aceras. Y cuando se estimó que todo eso era una marranada, probable nido de virus y contagios, se prohibió escupir.

También se prohibió que las personas orinaran por los rincones, tipo animal (los pipís de perro no cuentan), y eso que mear y escupir lo hacemos todos, pero en un urinario público, difícil de localizar por cierto, o en  el retrete de casa.

Que yo sepa, a nadie se le ocurrió hacer aguas menores o echar lapos en el suelo de su hogar, por más que, en casa de uno, uno hace lo que le da la gana.

En los transportes públicos preferentemente, figuraban letreros con el siguiente lema: Prohibida la blasfemia y la palabra soez. (Otra cosa que también seguimos practicando, pero  en círculos restringidos).

¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que nuevos tiempos traen nuevas limitaciones (o ¿deberíamos llamarles hábitos más saludables?). Y si hemos de ser sinceros, parece que los vetos crecen con una cierta arbitrariedad, aunque en principio terndremos que creer que se nos obliga a medidas ciertamente asépticas y respetuosas para con el prójimo, unas veces a favor y otras en contra de los intereses del colectivo.

Diríamos que, hasta hoy, todas esas disposiciones han venido siendo  acatadas (siempre hay excepciones y aun podremos contemplar algún individuo “regando” alguna esquina,   escupiendo en cualquier lugar o soltando tacos al menor contratiempo), sin protestas.
Pero la ley antitabaco ha sido otra cosa y, como se dice comúnmente, ha levantado ampollas. Y no hay duda de que los legisladores deberían calibrar el perjuicio de sus actos.

Los negocios de ocio y restauración, que no han podido adecuar espacios al aire libre, están que arden y echan humo. Sus clientes, si no complementan la bebida, el baile o la comida con el cigarro, no disfrutan. En consecuencia, dejan de ir a beber, bailar o comer. Y eso es la ruina.
Las oficinas tienen que facilitar un tiempo libre a sus trabajadores para que puedan salir a la calle a fumar. Y si escandallas el tiempo, eso es una ruina.

Para los fumadores que se sienten absolutamente discriminados y apestosos -como se puede vender tabaco impunemente en los estancos ya que la única medida disuasoria a este respecto consiste en encarecer el tabaco para mayor beneficio del estado-, su flaqueza es  una ruina.
En 1492 se descubre América y el tabaco. Allá por el 1600, se le consideró altamente beneficioso para la salud. En los últimos años, hace cincuenta o más, se revela como profundamente perjudicial. El 1 de enero de 2010, se prohíbe en Estados Unidos. (Por esas mismas fechas, en nuestro país se parcelan los espacios  creando zonas de fumador y no fumador, por lo cual muchos establecimientos se gastaron la pasta haciendo reformas). Y en 2011, se radicaliza la ley, por lo que todas las transformaciones no sirven más que como estorbo.      


Los no fumadores (especialmente los ex fumadores y los individuos con problemas respiratorios) que estaban agradecidos al decreto, preferirían que instalasen unos garitos, tipo fumaderos de opio, para no tener que aguantar la aspiración cada vez que pasan delante de una gran oficina o de bares, restaurantes o locales de fiesta, en donde el personal y los clientes se aglomeran con cigarros, puros y pipas, originando una nube lenta que se disuelve y genera sucesivamente. Volutas que, después de envolver al transeúnte, ascienden con languidez hacia el cielo, si no hace viento, haga sol o llueva.    

La prohibición de fumar en todo espacio público que no sea exterior (se puede fumar en la calle, en el monte, en la playa –buena prueba de ello son las colillas y los filtros que nos rodean porque a los fumadores no les parece basura ese tipo de desperdicio-) ha contrariado de tal modo, que seríamos capaces de achacar la actual crisis al que no se pueda fumar bajo techo.

Y ahora no vayas a creer que estoy a favor de los fumadores. O no te imagines que esté en contra. Ni lo uno, ni lo otro. Me consta que el pitillo no beneficia ni a los pulmones ni al bolsillo. Pero cada cual tiene derecho a manejar su salud y sus peculios como le plazca. Eso sí, sin atentar a la de los otros (esto es válido para fumadores, para elaboradores de productos tóxicos en general y para “incordiadores” sistemáticos, que no todo es humo). Si me conoces, sabes que yo ya miro el cigarro desde la barrera.

¿Quién sabe? Tal vez el fumar esté destinado a ser algo tan íntimo como el cagar.

Hoy en día, tampoco está bien visto tirar papeles y otras porquerías en la calle. (Y, tengo que confesar que, si por mi fuera y a pesar de la rebeldía que me provoca la palabra prohibición, prohibiría arrojar chicles masticados en la calzada -como en Praga que no se pueden tirar ni papeles ni chicles-, y lo penalizaría con penas muy duras, fíjate tu).

Cuando Alex de la Iglesia era presidente de la academia de cine, la noche  de la gala de los Goya, entre otras, dijo estas palabras:
Ese público que hemos perdido, no va al cine porque está delante de una pantalla de ordenador. Quiero decir claramente que NO TENEMOS MIEDO a internet, porque internet es, precisamente, la SALVACION de nuestro cine. Sólo ganaremos al futuro SI SOMOS NOSOTROS LOS QUE CAMBIAMOS, los que innovamos, adelantándonos con propuestas imaginativas, creativas, aportando un NUEVO MODELO DE MERCADO que tenga en cuenta a TODOS los implicados: Autores, productores, distribuidores, exhibidores, páginas web, servidores, y usuarios. Se necesita una crisis, un cambio, para poder avanzar hacia una nueva manera de entender el negocio del cine.


¿Qué tiene que ver el cine con el tabaco? Pues a  mí el mensaje de ese señor, me parece que podría adaptarse a un montón de negocios o actividades  que están “con el ay en el cuerpo” y que no siempre han llegado a ese extremo a causa de una prohibición: cafeterías, bares, restaurantes, discotecas, agencias de viajes, telegramas, editoriales, cines, tiendas de discos y discográficas… etc. (Tu mismo puedes seguir completando la lista).

Y para todos ellos tengo una frasecilla más vieja que el andar a pie: renovarse o morir.

¿Quién dijo miedo?