Mi amigo José María el viajero, ese que
vive en el pequeño pueblo de Montarnaud, el que cría gallinas de vistosos
colores que ponen deliciosos huevos, el que colecciona grandes piedras de
curiosas e inquietantes formas –esculturas cinceladas por el tiempo-, rocas de
cualquier pedazo del mundo, ese que cultiva en su huerto un ejemplar de olivo
de cada rincón olivarero de España y variadas especies de tomates de simientes
antiguas y sabrosas carnes, ese que ama trabajar la tierra, me hace llegar el
enunciado del título, con el fin de darme pie para que siga escribiendo en mi
blog.
Apunta exactamente:
He oído una
frase en este país que espero te pueda servir para hacer uno de tus artículos
que hace tiempo no he tenido el placer de leer:
“Las
promesas de los políticos no comprometen en absoluto a los propios políticos
que las hacen, sino a las personas que se lo creen”
Y, mira por
dónde, después de tanto desencanto, frustración e impotencia que me dejaron sin
palabras, tomo el testigo y vuelvo a decir.
Desconozco
qué boca se expresó en semejantes términos, ni dónde quería conducirnos. Porque
esa sentencia, para mí, tiene varias intenciones que van en consonancia con el
tono y con los labios que las articulen.
Trataré de
poner algunos ejemplos:
Si la
expresó un filósofo, entenderemos que fue fruto de una sesuda y serena
reflexión sobre el comportamiento del ser humano ante acontecimientos tan
destructivos para su crecimiento como tal. Por supuesto, el sabio habrá
valorado antes los años y años, los lustros, los siglos, en que se ha educado a
los creyentes en ignorancia, sumisión, temor y castración. El estudioso expone una
evidencia.
Si la
pronunció un poderoso con inflexión condescendiente (¡ah! si fue un poderoso…),
entonces está tratando de exculpar a su clase. Y, ya se sabe, la mejor defensa
es un buen ataque. La frasecilla de marras, pasaría a engrosar el saco de
“pueblo tu eres el pecador”, donde amontonan, aprietan y esconden todas sus
propias incompetencias, rapiñas y cinismos, ávidos de lavarse las manos
incriminando a las gentes mentidas.
Si la voceó
un ardoroso cabreado, pretendía hacerle reaccionar al oyente, con la intención
de encender los ánimos para pasar a la acción. “Te prometerán todo lo que tú
quieras oír y, como necesitas que sea cierto, posibilitarás su promesa: “se
insumiso”, “deja de aceptar y rebélate”,
“deja de votar, pueblo, y toma el poder”.
Tal vez sea
bueno que me detenga aquí.
No sé de
qué materia estamos hechos, que logramos confundimos con nuestros propios deseos.
No sólo los
políticos nos prometen y nos comprometen, también lo hacen los industriales (cremas
adelgazantes, reafirmantes, rejuvenecedoras, crece pelos…, etc., detergentes
que lavan a cual más blanco, tejidos que no se planchan…), los banqueros
(participaciones preferentes con altos rendimientos), las religiones… Yo diría
que tenemos tantas ganas de adelgazar, reafirmarnos, rejuvenecernos, no perder
ni un cabello, tener la ropa más blanca del mundo, no planchar, rentabilizar al
máximo los cuatro duros que atesoramos, alcanzar de alguna manera la
inmortalidad, que estamos preparados
para dar crédito a la realización del cambio.
Claro que antes, probablemente, nos crearon la necesidad de no ser gordos, ni fofos, ni calvos, ni viejos…, y nos atiborraron de imputs con una educación basada en los Cuentos de Hadas, Superman y Walt Disney.
Ya crédulos,
sólo tienen que investigarnos someramente para poner en evidencia nuestro
“tendón de Aquiles” y así ofrecernos todo aquello que queremos lograr.
Visto así,
tendremos que aceptar que sí, que de acuerdo, que los comprometidos son las
personas que creen en las promesas de los políticos, de los industriales, de
los bancos y de las religiones.
Pues mira,
a propósito de falsedades, deja que te refresque esta fábula de Samaniego que
seguro conoces:
El
zagal y las ovejas
Apacentando
un joven su ganado,
Gritó
desde la cima de un collado:
«¡Favor!
que viene el lobo, labradores.»
Éstos,
abandonando sus labores,
Acuden
prontamente,
Y
hallan que es una chanza solamente.
Vuelve
a clamar, y temen la desgracia;
Segunda
vez los burla. ¡Linda gracia!
Pero
¿qué sucedió la vez tercera?
Que
vino en realidad la hambrienta fiera.
Entonces
el Zagal se desgañita,
Y por
más que patea, llora y grita,
No se
mueve la gente escarmentada,
Y el
lobo le devora la manada.
¡Cuántas
veces resulta de un engaño,
Contra
el engañador el mayor daño!
No me
parece que podamos hacer dogma de fe de las palabras de Samaniego pero, si lo
hacemos, tendremos que aplicarlas tanto por activa como por pasiva. El lobo va
a devorar, no sólo la manada, también al bromista pastor, a los labradores y,
si mucho me apuraras, hasta a él mismo. Autofagia. O eso espero.
¿Sabes que
me gustaría?: que todos estos mis escritos llegaran a oídos de los políticos y
funcionaran como los míticos cantos de sirena que en época de Ulises llevaban a
zozobrar a los navegantes. Me los imagino allí, despanchurrados contra las
rocas, imposibilitados para crear más desolación y terror. Ahogados en sus
propias mentiras. Engullidos por fantásticas y sanguinarias quimeras,
criaturas creadas por la ira de Dios.
Para colmo de males y a propósito de estas
palabrerías, mientras escribo, otra frasecita se cruza en mi camino:
Quienes sólo saben contar la verdad
no merecen ser escuchados. (Jonas
Jonasson)
Pues estamos apañaos. ¿Para qué quieres más
comentarios?