viernes, 17 de febrero de 2012

MI TEORIA DEL PAVO REAL

Yo misma, me he cansado de mí. Se acabó seguir pataleando y lloriqueando por las pantallas de los ordenadores, “androids” e “ipads”.

Soy una mujer nueva. Y muy, muy positiva.

Lástima que haya elegido para este cambio (que, con franqueza, no sé cuánto durará), un día tan plomizo como el de hoy y con 0º de temperatura real y -4º de temperatura aparente. (¿Por qué las temperaturas aparentes siempre juegan a la contraría? Si estamos a -8º, aparentemente puede ser -10º y si el termómetro marca 30º positivos podemos llegar a una sensación térmica de 40º, sudando la gota gorda. ¿No sería más reconfortante que funcionara al revés?) Nota: es un ejemplo y los valores reseñados no son exactos.


El mar, en perfecta simbiosis con el tiempo, está quieto y tan apenas murmulla. De cuando en cuando, muy tímidamente, como con miedo, una escueta espuma burbujea en el litoral.

¿Qué te voy a contar? Es invierno en nuestro hemisferio. Y yo tengo unas ganas inmensas de luchar contra el gris. Sólo me hacía falta el empujoncito del recuerdo de Sandra que vino hace poco a visitar a sus padres. Ella vive en Copacabana y, a la semana de estar en España, ya estaba deseando regresar a su casa.


-He visto a los míos. Están bien. Y ya me puedo ir.  

-Demasiado frío, ¿eh? –dije yo.

-Demasiado frío, no –contestó categórica-. Demasiada tristeza. Echo mucho a faltar la alegría de Brasil. ¡Allí la gente está animada siempre! No me mires así, que te veo venir. En las “favelas”, esos pobres barrios periféricos, también están contentos. –Suspiró-, por más que yo sea de aquí, esto es más deprimente que un funeral.


Y así fue, como empecé a forjar mi teoría…

La alegría está íntimamente ligada al color, no a las posesiones. Has leído bien: al color.

Cualquier etnia que se circunda de pigmentos en las paredes de sus casas, en las pinturas de sus cuerpos y de sus caras, en sus atuendos, sabe reír mejor y con más ganas, por más que, además de a la miseria, estén sometidos a regímenenes corruptos, a políticos mafiosos, a juristas injustos, a sentencias tendenciosas… 

El momento más exultante de la naturaleza es un arrebato de color. Por eso el color atrae, cautiva…

Sin el imán del color, no se producirían polinizaciones ni vegetales, ni animales, ni humanas (aunque, probablemente el hombre es uno de los pocos machos de la naturaleza que no se pertrecha de color para conquistar a su hembra), y la vida se detendría en todas las especies que no fueran unicelulares o hermafroditas.

(Hubo una época, muy visible en Francia, en que los varones se emperifollaron pero, más que para enamorar a sus féminas, lo hicieron para crear una incuestionable  distinción social).

A nuestros varones, la sobria rigidez de las cortes castellanas, con total ausencia de color –y por tanto de alegría-, no les ayudó a ser más felices.

(Yo  no descarto la posibilidad de que, para enmendar tan lóbrega actitud en nuestro género humano, la mujer decidiera engalanarse y actuar astutamente de seductora).

Eduard Punset decía un día por la tele algo así como que, cuando compara a Lucy con la mujer de hoy, subida en esos magnéticos zapatos de tacón, le cuesta ver el parentesco entre la una y la otra. Y que, sin embargo, le es bien fácil descubrir en el hombre actual, su ascendiente de cromañón. 


Pero eso es “harina de otro costal”.

A lo que íbamos: colores.

Hay numerosas pistas que dan consistencia a mi teoría.

Por ejemplo:  

Allá por los años 50, surge un movimiento católico llamado “de colores” (como una festiva canción de la época). Estar “de colores” significa estar lleno de la gracia de Dios.


Cada color propicia un estado de ánimo. Pasión, serenidad, optimismo, melancolía…


Los colores curan.  Existe una terapia natural llamada “cromoterapia” que utiliza el color para la sanación de enfermedades y trastornos emocionales.


Los colores decoran. (Si vivimos “en blanco”, no siempre es para captar más luminosidad o agrandar el espacio, muchas veces es por miedo al color). Un punto importante en la tan cacareada decoración Feng Shui es los tonos y los matices para cada estancia de un hogar.



Los colores alimentan. Para comer sano y justo la cantidad necesaria, nuestro sustento tiene que tener colores. A más colores ingeridos (los básicos son blanco, verde, naranja, amarillo, rojo y violeta), mejor nutrición.


¡En fin! Casi por último, aunque el negro nos parezca tan elegante, no olvides que se origina a causa de la ausencia de luz y, en consecuencia, es oscuro, lúgubre, pesimista… Pero también es el resultado de la mezcla de todos los colores. Y –aunque consideres que puede llevar al traste mi teoría-  eso viene a ser como si ingirieses, en una misma toma, sedantes, excitantes, vitaminas,  analgésicos, antiinflamatorios, opiáceos, etc.… ¡un coctel demoledor!

Otro empujoncito para desarrollar mi hipótesis, me lo dio mi amigo “Rico”. Justificó el ir vestido de gris (él con el buen tiempo se atreve con algún tono), al hecho de que fuera  invierno.

-En invierno el color “canta”-, me dijo.  -Y además, tenemos una situación de post guerra.

En otras palabras, me estaba hablando de tristeza.

Paralelamente, en la puerta del mercado, una mujer risueña de origen gitano vendía pintalabios y esmalte de uñas, gritando:

-Reina, cómprame, que con estos colores se te alegrará  la cara y sentirás menos la crisis.

Fue el detonante de mi postulado.

¡Cuánta sabiduría popular!