miércoles, 17 de agosto de 2011

EVOCACIÓN DE LA ESTILOGRÁFICA

Redacción de vacaciones


El otro día visité a un amigo que colecciona bolígrafos. No puedes ni imaginar la cantidad de bolis que almacena en su casa.
En potes más o menos artísticos, se ven desde el simple bic cristal, a los diseños más sofisticados u horteras o elegantes o snobs o divertidos, que te puedas imaginar. Te asaltan en todos los rincones de la casa, sin orden ni concierto (a fin de cuentas siempre va bien tener a mano algo para escribir), y podrás pasarte horas y horas entretenida descubriendo sus formas. Eso sí, el día que necesites anotar cualquier cosa, te pasarás más horas y horas, probándolos para localizar uno que no tenga la tinta seca. Necedad mía porque a quién se le ocurre sacar provecho de una colección. Si la gracia de las colecciones es precisamente ser sólo eso, colecciones, conjuntos de objetos, generalmente del mismo género, para ser exhibidos o para permanecer ocultos a los ojos de cualquier profano.  

El caso es que esa afición de mi amigo, en esta ocasión, me ha hecho evocar a la sin igual pluma estilográfica. Y, para su mayor gloria, a todos los utensilios que la antecedieron destinados a escribir o dibujar: pedazos de cuero, dedos, cañas, ramas, plumas de ave, cinceles, espátulas, plumillas, lápices de grafito, portaminas… (¿Se me habrá olvidado alguna herramienta?)  
http://perso.wanadoo.es/haxo2034/historia.htm                                                                   

Parece claro que desde tiempos remotos el ser humano ha querido dejar constancia de su paso expresándose, no sólo para con sus congéneres, sino para con su posteridad. 
La estilográfica, pues, fue inventada por un tal Waterman (supongo que de ahí viene una de sus marcas) para mayor comodidad de los escribas, escritores, escribientes, escribanos y amanuenses en general. A partir de entonces ya no habrá necesidad de ir untando en el tintero una y otra vez. Bastará con  succionar un momento para recorrer kilómetros de palabras, esquemas y diseños. (Años después se la innovó/vulgarizó intentando sustituir su émbolo de carga por cartuchos de tinta, con el fin de prescindir del tintero; pero esa ocurrencia no desbancó, ni mucho menos, a la personalidad de la genuina estilográfica).

Resultó un elemento entrañable que iba perpetuamente contigo, siempre y cuando cumplieras unos cuantos requisitos, porque no se puede decir que estuviera al alcance de todo el mundo. Todo un lujo.
Para mejorar su transporte, la concibieron colocándole un clip en el capuchón, con frecuencia de oro (el plumín también era de oro de 18 quilates), que la sujetaba al bolsillo de la americana. Eso, además de proporcionar un innegable toque intelectual, resultaba de lo más elegante. Aunque con franqueza, más de una vez  jugó una mala pasada a su propietario manchándole el traje con su tinta indeleble.

La pluma estilográfica, supongo que por el espacio preciso para su depósito, ha lucido siempre un perímetro muy manejable para los dedos, la pinza del índice y el pulgar, que deben dirigirla. Y por eso, cuando era de buena calidad, se deslizaba grácilmente sobre la blanca superficie del papel trazando números, letras y dibujos precisos, casi sin esfuerzo, sólo con ideas. Se diría que hasta propiciaba la inspiración.
Gozar de una estilográfica era como tener un grado superior de conocimiento. Por lo menos, así me lo parecía a mí de niña, cuando acechaba a mi padre, escritor de letra roja y pequeña, imposible de lograr hoy en día si no es con un rotring del número cero. 

También se trataba de un tesoro, un objeto intangible, personal e intransferible. ¿He dicho tesoro? ¡Era como un animal! ¡Era como una mascota! ¡Era como una prolongación sensible de su amo y señor! Y obedecía a su trazo.
-Ni se te ocurra trastearme la estilográfica-, me decía mi padre.

Y aunque usualmente fuera una criatura dócil, me seducía aquel hermoso cilindro y me dejaba tentar. Antes de tocarla, memorizaba bien su posición y emplazamiento para no ser descubierta y sólo garrapateaba mi nombre, sólo mi nombre, en el libro de gramática. Luego, satisfecha y culpable, la devolvía a su sitio. 
Indefectiblemente, en cuanto mi progenitor cogía la pluma y empezaba usarla, me descubría:

-Mayita, ¿qué has escrito con mi pluma? Cuando seas más mayor, ya te compraré la tuya.
No eran manías de él, no. Las plumas son así de suyas y nadie puede escribir con la pluma de otro sin desquiciarla. Si alguien te la prestaba, ten por seguro que era porque ni la estimaba ni la utilizaba. Y sólo la tenía por esnobismo.

¿La estilográfica es únicamente un recuerdo u otro objeto de coleccionista sin objeto?

Apabullada por el bolígrafo -también llamado en otro tiempo lapicera, birome, esfero, plumero, esferógrafo, puntabola-, que por cierto lo idearon unos hermanos húngaros de apellido Biro –de ahí el birome- al contemplar a unos niños que jugaban con canicas y reparando en que una de los bolitas, al atravesar un charco y salir de él, seguía trazando una línea de agua sobre la superficie seca de la calle, ha sabido defenderse y, si cabe, ser aun más elitista. Porque, vamos a ver, si tu quieres poseer un buen roller, un portaminas con clase o un bolígrafo especial, tendrás que recurrir a marcas como Montblanc, Parker, Sheaffer’s, Waterman o similares, todas famosas y glamorosas por sus estilográficas.
Tan importante ha sido su reputación, que no han encontrado ningún impedimento a la hora de compartirla, no sólo con útiles de escritura, sino también con relojes de pulsera, gafas, perfumes…

¡Oh la estilográfica! Seguro que ha sido la envidia de la máquina de escribir, relegada hoy a los museos, que sólo te permitía eso: escribir, tan duramente desplazada por los ordenadores personales que te consienten escribir (incluso te corrigen las faltas de ortografía), dibujar, jugar, ver películas, escuchar música, chatear, publicar en un blog… En fin, todos sabemos las infinitas posibilidades de la informática.
¡Oh la estilográfica!... Cuando en nuestros días vemos a un señor firmar con ella, o la detectamos sobre un escritorio o la sorprendemos en manos de un ejecutivo… ¡Qué estilazo! ¡Qué cache!

No creo que nada pueda competir y mucho menos sustituir a una pluma estilográfica.
¿Evocación? Elogio.